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Novedad: TDAH. Hablar con el cuerpo

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Autor
José Ramón Ubieto
Psicólogo clínico y Psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Colaborador docente de la Universidad Oberta de Catalunya.


Sinopsis
Niños movidos y desatentos en relación a los aprendizajes ha habido siempre. La novedad radica en la mentalidad contemporánea, ligada a la prisa y a una noción del tiempo que no contempla la espera ni el tiempo para comprender.
El libro quiere poner el énfasis en señalar la importancia de la subjetividad en todo el proceso de comprender el TDAH: la subjetividad de la época en primer lugar, ligada a lo fast. La subjetividad de los sujetos diagnosticados de TDAH, cuyos cuerpos agitados expresan así un malestar que confluye en unos síntomas, pero que responde a situaciones muy diversas. Y la subjetividad de los profesionales que intervienen: educadores y clínicos, que no pueden pensarse fuera del cuadro en el que se dibujan junto a los pacientes o educandos.


PVP + IVA: 12,00 €. De venta en librerias y online: Link de compra en nuestra webhttp://www.editorialuoc.cat/tdahhablarconelcuerpo-p-1355.html?language=es&cPath=12


Índice
INTRODUCCIÓN ................................................................................... 13


1. TDAH: CONSTRUCTO Y PATOLOGÍA .................................................. 19
Breve historia del TDAH .................................................................... 21
Criterios diagnósticos ....................................................................... 25
Aspectos etiológicos ........................................................................ 34
Paradojas “digitales” de la atención .................................................... 43
La venta del TDAH ........................................................................... 47


2. ABORDAJES TERAPÉUTICOS DEL TDAH ............................................. 55
Tratamiento farmacológico ............................................................... 59
Consultas y asesoramiento a los padres ............................................. 70
Trabajo en red: atención social, educación y salud ............................... 78
Cómo darse el tiempo de escuchar a los niños y adolescentes hiperactivos .................................................................................... 87
Caso 1: “TACHE” ..................................................................... 90
Caso 2: “DESPISTADO” ........................................................... 94


3. PERSPECTIVAS Y CONCLUSIONES .................................................... 99
BIBLIOGRAFÍA .................................................................................... 103




El lado salvaje del capitalismo

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La Vanguardia | Domingo, 22 de junio 2014


“La codicia es buena” (greed is good), lema del Gordon Gekkode la película Wall Street, anunciaba en los 80 la era del darwinismo social.Richard Sennett lo corroboró más recientemente al declarar de manera contundente que el capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la vida.

La exacerbación de ese lado salvaje se inicia con la desregulación de los años 80, liderada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, como nos lo ha mostrado de manera rigurosa Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI). En nombre de ideales democráticos y de progreso (libertad, autonomía, crecimiento), y con el apoyo de las nuevas tecnologías, se enmascara esa voluntad de goce que no conoce límites y cuyo resorte pulsional y entrópico es evidente: no tiene otra finalidad que ella misma.

Hoy ya percibimos con claridad que no sólo se trata de liquidar formas de trabajo o de creación sino de constatar que el propio sujeto consumidor es ante todo un consumible.

Esta tesis ha sido dicha de muchas maneras y uno de los que la anticipó a finales de los sesenta fue Jacques Lacan cuando señaló los rasgos de este discurso que ambiciona la anulación de cualquier pérdida –de allí su pasión por reciclarlo todo incluida la protesta- y tiene la convicción cínica de que en la vida finalmente se trata sólo del goce. Es por ello que el amor –que siempre presupone la existencia de una falta, de un anhelo- no tiene lugar en el discurso capitalista, salvo en su condición de mercancía consumible.

Un ejemplo preciso de esta tendencia dominante lo encontraran en la web de citas www.seekingarrangement.com/esdonde los sugar daddies (papis chulos), varones maduros con recursos y miembros de la élite, prometen “Relaciones de Beneficio Mutuo” a sugar babies, jóvenes estudiantes “atractivas, inteligentes, ambiciosas y orientadas a sus metas”. Bajo el eufemismo del beneficio mutuo se oculta una práctica de prostitución que bien pudiera considerarse como la forma actual del derecho de pernada feudal. Aquí son los padrinosquienes lo ejercen, velado por esas buenas intenciones y el consentimiento de las jóvenes: “Sabes –les exhortan desde la web- que te mereces salir con alguien que te consienta, que te haga crecer, y te ayude tanto mentalmente como en el ámbito emocional y financiero”.

La iniciativa goza de gran éxito en muchas ciudades de EE. UU. y en otros países. También en Catalunya donde la proporción de chicas por padrino es de 5 a 1 y como se señala en la web: “¿Qué otro sitio para hombres ricos tiene números tan impresionantes como estos?”. Ni Étienne de La Boétie hubiera imaginado una servidumbre voluntaria tan genuina.

Esta es la lógica que parece imponerse en nuestras vidas: la obsolencia programada de bienes y sujetos, sacrificados en el altar del dios money. Al falso dilema de la desregulación o el furor de la normativización –propia de una moral victoriana que sólo halló alivio en la carnicería de la I Guerra Mundial- habría que oponer una fórmula que, como el propio papa Francisco decía en estas mismas páginas, no alimente “la cultura del descarte”. Regular es aceptar una pérdida (pagar impuestos, consensuar normas colectivas) y ese límite es constitutivo de un lazo civilizado. Lo otro –digamos las cosas por su nombre- es la jungla salvaje de la pulsión de muerte.

ENTREVISTA A JOSÉ RAMÓN UBIETO: La construcción del caso en red

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Con ocasión de las V Jornadas de la Red de Salud Mental de Bizkaia“Avanzando en el trabajo en red” que se celebraron el 22 y 23 de mayo en el Palacio Euskalduna, Bilbao, Julene Fernández (Interabide) se reunió con José Ramón Ubieto para conversar acerca de su trabajo sobre la construcción del caso en red. 
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La dolce Vita+ Marcello Mastroianni
LA DOLCE VITA, 1960, FEDERICO FELLINI.

1.- ¿Qué es la construcción del caso en red? ¿En qué se diferencia esta manera de tratar la red con respecto al modelo que ya conocemos?
Los casos no existen per se, hay que construirlos. Lo que existen son informes, datos, expedientes que acumulan información. Construir un caso es encontrar la lógica que explica los fenómenos (actos, pensamientos, relaciones) que observamos. De esa manera evitamos responder de manera reactiva a lo que sucede sin entender sus causas.

2.- ¿Qué puede aportar el modelo de la construcción del caso en la atención de la Salud Mental en la Red de Salud Mental de Bizkaia? ¿Ventajas para pacientes y profesionales?
La construcción del caso tiene dos beneficios: por un lado permite que los profesionales encuentren una orientación para trabajar juntos y vectorizar sus esfuerzos. Por otro permite compartir la angustia que muchas veces generan estas situaciones y tratarla de manera que no nos bloquee ni precipite nuestra actuación. De esta manera cada uno (medico, enfermera, trabajador social, psiquiatra,..) puede hacer su trabajo y al tiempo apoyarse en la red. Para los pacientes todo ello implica mejora de la calidad asistencial y reduce duplicidades o ausencias innecesarias. Evita la iatrogenia institucional.

3.- ¿Qué papel juegan las instituciones públicas en este tipo de proyectos?
El trabajo en red es una oportunidad para las instituciones públicas de impulsar un modelo de relación asistencial que priorice la atención global de las familias y de las personas que acuden a los servicios. Se opone así a otros modelos burocratizados que ponen más el énfasis en la llamada “optimización de recursos” (más con menos) que al final resulta ser más cara (económica y socialmente) y que implica un abandono real de las personas que sufren.

4.- ¿Cómo poner en marcha un “proyecto piloto” de estas características en Bizkaia?
Para ello hacen faltan 3 factores: el compromiso de los profesionales en apostar por ese trabajo de construcción del caso, que implica una posición de humildad al admitir que el saber sobre el caso no lo tenemos de antemano, como expertos, y al margen del sujeto y de los otros profesionales. El segundo factor es que ese trabajo requiere de un liderazgo que coordine los esfuerzos sin por ello establecer modelos jerárquicos ineficientes. Se trata de animar, moderar y provocar esa elaboración colectiva. El tercer elemento es que ese trabajo no es sostenible sin el adecuado soporte institucional que implica no sólo reconocimiento del trabajo realizado sino medios para hacerlo viable. Con esos tres elementos se puede iniciar una experiencia piloto entre dos o tres servicios (salud mental atención social, atención primaria en salud) que contemple un número reducido de casos y que pueda ser valorado tras un año de funcionamiento.

5.- Por último, para aquellas personas interesadas en profundizar en esta modalidad de trabajo ¿Podrías recomendarnos algún texto o referencia?
La experiencia del Programa Interxarxes (Inter-redes) lleva 14 años de funcionamiento en el distrito de Horta-Guinardó (200.000 habs.) de la ciudad de Barcelona. Este trabajo ha generado diversas publicaciones que se pueden consultar en su web: www.interxarxes.net. Como reflexión propia, surgida de esa experiencia, he publicado un par de libros: “El Trabajo en red. Usos posibles en Educación, salud Mental y Servicios Sociales” (2009, Gedisa) y “La construcción del caso en el trabajo en red. Teoría y práctica” (2012, EdiUOC).

Julene Fernández, Mayo 2014, Bilbao.
INTERABIDE

Mi cuerpo, mi capital

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Chicas que participan en concursos de felaciones a cambio de bebidas gratis, grupos de turistas que recorren locales de la ciudad a la búsqueda exclusiva del consumo de alcohol, jóvenes que compiten, con riesgo letal (neknomination*: bebe y nomina), para lograr la máxima performance como bebedores.


Todos estos hechos recientes comparten tres características: el afán exhibicionista de la “actuación”, el empuje arriesgado a la satisfacción ilimitada y la contabilización estricta de la hazaña.


Parece como si una práctica de ocio se rigiera por los procedimientos –tan aplaudidos en ámbitos científicos y administrativos- de la evaluación de resultados. No hay acción que no incluya su cálculo y su comparativa con otros “concursantes”. La novedad es que esta lógica, clásica entre los varones siempre dispuestos a exhibir su “contabilidad”, ahora alcanza también a las chicas. Ellas también hoy exhiben sus trofeos sin demasiado pudor, a pleno foco.


Quizás una hipótesis para entender esta tendencia –en una sociedad marcada por el imperativo del rendimiento (Byung-Chul Han)- es que la cifra parece ser la única referencia para calibrar el valor de la satisfacción obtenida. De paso, esa cifra da también a cada uno un índice de su valor como propietario de un cuerpo puesto al trabajo, buscando el máximo rendimiento.


La cifra por un lado sitúa a cada uno en un ranking y al mismo tiempo funciona como un sistema –fallido- de frenado en una especia de carrera desenfrenada. Fallido porque la contabilidad por si sola carece de límites: siempre exige un esfuerzo más. Sólo la resistencia del cuerpo (explota o reviente) funciona como límite último. ¿No es eso lo que vemos en otra práctica habitual como el balconing?, una caída libre que muchas veces termina con la muerte o un accidente grave.


“Mi cuerpo, mi capital”, éste podría ser un lema de época, parafraseando un viejo eslogan electoral comunista.



* http://www.thetimes.co.uk/tto/news/uk/article4001200.ece

El declive del padre

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Lacan ya en 1938 (Los complejos familiares) anticipaba la tesis del declive de la imago social del padre. Declive que suponía el inicio de un cambio de paradigma que ha ido consolidándose décadas después hasta poner en cuestión el régimen patriarcal. Claro que alguien dirá que ese régimen todavía tiene fuelle e incluso que en algunos lugares cobra más fuerza que nunca. No le falta razón porque precisamente cuando el péndulo se inclina para un lado resurgen, reactivamente y con fuerza, los nostálgicos de ese añorado pasado.

Los problemas cotidianos de muchos docentes y padres en su tarea de educar nos muestran como el final del régimen del padre comporta desorientación, perplejidad e inquietud. Parecía que la ciencia, en su alianza con la tecnología, iba a aliviarnos de estas incertidumbres pero lo cierto es que la educación sigue siendo una tarea imposible en el sentido que Kant y Freud dieron a esta tesis: no hay el manual perfecto ni el uso correcto. 

Por muy leído e instruido que uno sea siempre queda un resto ineducable para el que hay que inventar nuevas formulas. Sobre todo ahora que ya no sirve eso de “lo haces porque lo digo yo, que para eso soy tu padre” y la receta contemporánea de la medicalización no parece una alternativa muy conveniente.

Malos tiempos, pues, para los creyentes del padre, aquellos que lo instituyeron como fundamento de la familia, la vida social y por supuesto la patria. El padre ahora está desnudo y se le ven los pecados. No hay que escandalizarse demasiado, siempre fue así pero la “solución” patriarcal implicaba precisamente un no querer saber nada de esas faltas. Un esfuerzo colectivo por velar lo impúdico y cuando hacía falta, silenciar a las rebeldes, las que desafiaban o ponían en apuros la potencia del padre.

Sostener al padre exigía silencio, discreción, ocultamientos. Exigía –de allí el amplio consentimiento colectivo en esa operación- velar sus faltas para no encontrarnos de cara con el horror de un padre desfalleciente o de un padre que contradecía los ideales que encarnaba mostrando sus excesos.

Ese mundo de ayer ya no volverá y por eso algunos insignes representantes abdican de sus funciones anticipándose a un final peor.  Ello supondrá para muchos, en realidad para todos y cada uno –de manera diferente por supuesto-  un duelo por los ideales mancillados y sobre todo porque a partir de allí cada uno está hoy un poco más huérfano. En realidad nada que no pueda asimilarse si bien al precio de generar algún síntoma como ya estamos viendo. 

Quizás el más evidente es que al lanzar al padre –como ocurre en el dicho del agua del bebe- lancemos también la función de regulación que lleva implícito el uso de esa función. Algo de eso pasa cuando  el rechazo a cualquier diferencia impide poner en marcha proyectos y organizar movimientos que se autodestruyen en su espontaneidad, entendida como el antídoto para esas fallas paternas. La paradoja es que por derrocar al amo terminemos multiplicando los amos individuales.

Hay un presente y un futuro más allá del padre que no nos ahorra –más bien al contrario- la responsabilidad individual y colectiva. Nos deja el derecho y sobre todo el deber de decidir sabiendo los riesgos que eso implica y no olvidando las causas particulares que nos mueven.  Huérfanos sabedores de esas tareas imposibles que Freud señalaba: gobernar, curar y educar, pero no impotentes ni resignados.

Reseña del libro: TDAH. Hablar con el cuerpo.

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Publicado en RES. Revista d'Educació Social.
http://www.eduso.net/res/19/articulo/tdah-hablar-con-el-cuerpo

Número 19. RESEÑAS. 7/7/2014
Autor: Francesc Vilà. Fundació Cassià Just.


RESEÑA DEL LIBRO:TDAH. Hablar con el cuerpo.
Autor: José Ramón Ubieto.
Editorial: UOC (Barcelona)
Año de edición: 2014.








Esta obra abierta y clara facilita a estudiantes, profesionales y ciudadanos interesados un saber práctico sobre la construcción, a lo largo de treinta años, del robusto acrónimo del TDAH (trastorno por déficit de atención y hiperactividad) y de su dimensión clínica posible.

Hoy en día el TDAH es un significante potente que nombra, de manera nueva, a niños movidos, desatentos o intranquilos. La selección de estos rasgos conductuales y su elaboración estadísticas da robustez a esta categoría modal. El TDAH se configura como una clase lógica capaz de fabricar mundos en el sentido que da a esta expresión el filósofo Nelson Goodman.


Se trata de niños y adolescentes que viven con dificultad los aprendizajes de la escuela y de la vida y las relaciones personales. En épocas anteriores también los había pero estaban juntos o revueltos de otras maneras. Conviene recordar que las dificultades de la infancia para su maduración y desarrollo se expresan según el mundo social, cultural y científico que las acoge.

Lo importante no es discutir sobre como nombrarlas o diagnosticarlas. La clave suele estar en las elisiones de estas nominaciones. José Ramón Ubieto expone de manera diáfana lo que suele obviar el nuevo mundo TDAH, la manera de vivir o padecer las inhibiciones y dificultades de muchos para desprenderse de su mundo infantil y devenir adultos. O la afectación de su entorno familiar y escolar.

Todo el mundo sabe que la prisa y la incerteza del mundo contemporáneo promueven nuevas mentalidades. Es genial, el TDAH, es un constructo prêt a porter que ha triunfado y parece confirmar este supuesto. Su éxito va más allá del trastorno y brinda usos novedosos off label. El argumento de este libro recoge bien esta narración y desvela sus espejismos y trampantojos, las luces y sombras que lo rodean.

Es una historia con protagonistas con nombre propio como Sam Clements y la disfunción cerebral mínima, Keith Conners y sus escalas, el ADD for all (TDAH para todos) del laboratorio farmacéutico Richwood del señor Griggs, los manuales DSM y Allen Frances, el Estudio del Tratamiento Multimodal de Niños con TDAH del National institute of Mental Health… o también Javier Peteiro, Marcia Angell o Joan-Ramon Laporte hablando sobre biopolítica.

Y, al final, el texto nos brinda casos que abren a otra dimensión: “Hablar con el cuerpo es un hecho propio del ser hablante. Decimos, pues, algo de lo que a cada uno nos agita, aun sin saberlo, como nos lo recuerda Lacan… Nuestra tarea como clínicos es, entonces, leer esos cuerpos”. Ubieto, junto a Susana Brignoni o Xavier Campamá, nos invita, así, a conocer la nueva clínica de los síntomas y las disfunciones del niño del siglo XXI.

Violencias invisibles

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La cifra oculta de la violencia infantil


Asunta, Ruth y José, Allison y Andrés, son algunos de los niños y adolescentes asesinados recientemente por sus progenitores. Apenas una pequeña parte, la punta del iceberg, de una realidad mayoritariamente invisible: la violencia contra los niños. Sabemos con precisión las estadísticas de otra violencia no menos dramática, las mujeres asesinadas cada año por sus parejas: 52 en el 2012 y 37 en lo que llevamos de año.

Lo que no sabemos, porque no existen estadísticas, es la cifra de niños y niñas, menores de edad, fallecidos víctima de violencia, generalmente en el medio familiar. Resulta paradójico que la alarma social y el revuelo mediático que provocan estos crímenes no se acompañe de datos precisos que dimensionen la gravedad de los hechos. Algunos expertos estiman que la cifra podría ser incluso superior a la de violencia de género. Sin olvidar además que a estas cifras mortales se suma el hecho de que cada día miles de niños en nuestro país sufren en silencio esa violencia por parte de padres, o de otros familiares con los que conviven (800.000 al año según datos de Save the Children)

Sorprende esta ausencia de datos con las proclamas sobre el interés superior del niño, como principio jurídico y la voluntad de las administraciones en proteger a la infancia en riesgo. Lo que sí sabemos de manera precisa son los menores agresores, que han aumentado en un 23% respecto a años anteriores (Observatorio del Poder Judicial).

¿A qué se debe esa invisibilidad, esa ceguera social compatible con el seguimiento minucioso y muchas veces obsceno de algunos casos mediáticos? ¿Nos preocupa más la infancia peligrosa que la infancia vulnerable? Hoy las políticas públicas están cada vez más condicionadas por los grupos de afectados o por los lobbies con intereses diversos. Todos ellos hacen oír su voz para exigir recursos y normativas que se ocupen de sus dificultades. Quizás este dato nos aclare algo sobre esa cifra oscura.

Más allá de la estadística, la invisibilidad de esta violencia la hace más persistente y para algunas familias constituye su clave secreta, el lazo que las cohesiona, alrededor del cual la familia se mantiene unida y muda. A veces pasa un tiempo largo hasta que esa violencia “estalla” y surge como síntoma insoportable para alguien, habitualmente un hijo/a adolescente. Este vínculo paradójico, en que violencia y lazo afectivo se conjugan, produce efectos duraderos en los niños y a veces sólo una posterior ruptura permite tratarlos adecuadamente.

La violencia es siempre el signo de un fracaso, es “en los confines donde la palabra dimite, donde empieza el dominio de la violencia que reina ya allí, incluso sin que se la provoque” (J.Lacan). El silencio colectivo sobre estos hechos, como lo muestra el otro silencio largo tiempo sostenido sobre los niños robados, es un claro factor de desprotección de la infancia. Visibilizar la infancia, por el contrario, es otorgarles su condición de sujetos de pleno derecho, legal y subjetivo.



LA TOMA DE DECISIONES EN EL TRABAJO EN RED

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Conferencia dictada a la Jornada: “Quins beneficis podem trobar avui en el treball en xarxa?” organitzada per l’Ajuntament de Mataró el 10 d’octubre de 2013


Propongo que abordemos este tema partiendo del  análisis de un concepto clave: el riesgo, articulándolo a nuestras decisiones profesionales. Tenemos así una perspectiva del tema que podría titularse: el riesgo de decidir.

De hecho la misma propuesta de tema para la sesión ya incluye, implícitamente, las dificultades que nos plantea la toma de decisiones y los riesgos que conlleva. A veces toman la forma de una inhibición (decidimos tarde, “mareamos la perdiz”), otras de un conflicto entre profesionales o servicios y siempre se plantean sobre un fondo de angustia ante el riesgo de esa decisión que nunca es fácil.

Propongo pues que sigamos a Freud y concedamos a estas dificultades el estatuto de un síntoma, algo que insiste en nuestro quehacer profesional y que supone una verdad cifrada –mensaje desconocido, velado- y una satisfacción sustitutiva, los dos rasgos que Freud atribuye al síntoma.

¿Qué velaría pues este síntoma que se presenta como un conflicto? Podemos ya anticiparlo: vela lo real que está en juego cuando se trata de la infancia en riesgo, la violencia familiar, la locura o las adicciones. Vela un goce que a veces aparece como exceso (abusos, maltratos, consumos) y otras como defecto (negligencia, abandono,..). Enfrentar a ese real sabemos que no es fácil porque lo real es siempre sin sentido, no obedece a una lógica ni a una razón comprensible y menos al sentido común. Y además es aquello que vuelve siempre al mismo lugar, que insiste en la repetición (generacional) como cronicidad.

Una madre que mata a sus hijos, un padre que los maltrata o abusa sexualmente, un joven que consume hasta perder la conciencia o un psicótico recluido en casa nos confronta a la ausencia de palabras para explicar esos actos. Ese hecho, además del horror que pueda despertar en cada uno, es ya motivo suficiente para querer arrojar algún velo y desplazar esa angustia a un conflicto inter-servicios o tratarla mediante una inhibición prolongada donde, como en el pasaje al acto, desparecemos de la escena. En algunos casos también cabe la hiperatención, el acting-outprofesional en el que ponemos objetos a modo de muro defensivo (prestaciones sociales, medicación, recursos de ocio,..) esperando que alguien produzca la interpretación que ponga fin a esa deriva. Un acting-outsiempre espera una interpretación.

Hoy tenemos además un objeto “para-angustia” privilegiado como son los protocolos de evaluación y los circuitos de la red, algoritmos decisionales que monitorizan nuestra acción y los procesos de circulación  y derivación de ese real.

Por supuesto que las familias afectadas, padres e hijos, no quedan indemnes de esa angustia y producen también sus respuestas diversas: culpa, negación, violencia, conductas de riesgo, errancias, consumos.

Mi hipótesis es, pues, que las dificultades que implica la toma de decisiones no se reducen al registro imaginario de la tensión especular (diferencias personales, estatus, prestigio) ni tampoco a las reglas de juego simbólicas (competencias legales, marco institucional) si bien todas ellas tienen también su incidencia. La razón fundamental es la naturaleza misma del objeto de trabajo, el real que compartimos como profesionales de la salud, la educación o la atención social, lo que nombramos como infancia y adolescencia en riesgo.

La doble vertiente del tema: por un lado su complejidad (no hay soluciones simples y universales) y por otro su impacto emocional (angustia) están en la base misma del riesgo de decidir.

El sentimiento de impotencia, más agudizado si parte de la omnipotencia del ideal (salud integral, educación universal, bienestar social) nos conduce a la expectativa de potencia del otro. Este trayecto sólo augura una decepción  por el desajuste de expectativas que implica, velado en el conflicto inexistente.

 
¿De qué hablamos pues cuando hablamos de riesgo?

Una mujer de 50 años, sin pareja y que vive con los padres, da a luz a una niña mediante fecundación in vitro, tras un aborto anterior voluntario de dos bebés. Manifiesta que en su situación de monomarentalidad no se veía capaz de criar a dos hijos al tiempo. Cuando las enfermeras le preguntan por el nombre elegido, ella responde “Nancy” como la muñeca que le acompañó en su infancia. Las enfermeras, asustadas, tratan de disuadirla y finalmente ella elige el nombre que una de ellas llevaba en su uniforme: Ángela. Meses más tarde recibe a la trabajadora social en el domicilio por un asunto de los padres y ante la pregunta de la profesional, le responde que la niña se llama Ángela pero ella siempre le dice Nancy. La alarma se destapa de nuevo por el “riesgo” que puede haber para la niña al suponer que el nombre implica una objetalización del bebe, “como si fuera su muñequita” ya que además “no es normal –se dice- que una mujer de 50 años crie sola a una hija”.

¿Normal o patológico? ¿Aceptable o indicador de riesgo? Este ejemplo nos muestra ya como la toma de decisiones implica, para nosotros, consensuar el límite entre lo que podríamos considerar como prácticas familiares de crianza diversas, propias de la época y de sus marcos socioculturales, así como de las particularidades de cada sujeto, y el riesgo efectivo de un exceso o defecto que ponga en peligro al niño o adolescente en su trayectoria vital.

Avancemos ya que no existe la solución a esta cuestión, entendida como una respuesta fija, universal y prét-à-porter. Salvo que partamos del supuesto de un hombre neuronal, un sujeto programado y programable, al que poder corregir sus errores sin tomar en cuenta sus elecciones, o sea su subjetividad, no nos queda otra que organizar una conversación que nos permita ir consensuando aquello que nos permite una guía o pauta de acción conjunta. Eso sirve hoy, en la época del Otro que no existe, para cualquier ámbito: salud, educación, convivencia. Si hay comités de ética para decidir lo que conviene y es aceptable en nuestra praxis es porque ya no hay ese Otro al que acudir en busca de Laverdad. A esa conversación organizada –por algunas leyes que luego comentaremos- nosotros le llamamos trabajo en red.

Antes de plantear entonces esas condiciones que permiten, entre otras cosas, tratar la angustia sin evitarla, propongo revisar de manera crítica el concepto de riesgo para tratar de entender la naturaleza misma de los discursos y de las prácticas organizadas en torno a la idea de riesgo, que constituyen un fenómeno relativamente reciente. La proliferación de diferentes usos, tanto a nivel profano como profesional, revela la existencia de significados que alcanzan a ser confusos y de considerable complejidad (Lupton, 1993).

¿Por qué ocurre esto? En cierta medida, ello se debe a que la idea de riesgo se ha convertido en un instrumento abierto a la construcción de múltiples significados sociales. De hecho vemos la transformación del concepto de riesgo en un instrumento extremadamente versátil para la gestión de lo social en general.

Habitualmente se considera que cuando el posible daño es provocado exteriormente, o sea, cuando se atribuye al medio ambiente, estamos hablando de peligro “objetivo”;  pero, si consideramos que el eventual daño es una consecuencia de una decisión, estamos hablando de riesgo. La progresiva institucionalización del riesgo bajo esta segunda forma es lo que lo convierte en una de las marcas de distinción de la modernidad. Si uno está en riesgo es porque ha tomado las decisiones incorrectas (obesidad, VIH, fracaso laboral o de pareja, cáncer de pulmón).

De esta forma, los discursos organizados en torno a la idea de riesgo pueden ser ampliamente utilizados para legitimar políticas o para desacreditarlas; para proteger a los individuos de las instituciones o para proteger a las instituciones de los agentes individuales. La moralización y la politización de los peligros en el contexto de la modernidad requieren un vocabulario uniforme que ya no puede ser el de la religión, el cual estaría basado en las ideas de pecado y de tabú.La responsabilización del individuo cumple un papel fundamental en los procesos de gestión de lo social, especialmente cuando éstos son organizados por el dispositivo del riesgo. Pero el riesgo no es una propiedad sino que consiste en una atribución.

Los orígenes etimológicos de la palabra riesgo son oscuros, algunas versiones afirman que "riesgo" podría derivar del vocablo persa rosik, el cual significa destino, fardo. Su introducción en la Europa medieval suele asociarse a la cultura que, en el campo de los negocios, comenzaba a valorizar fuertemente al individuo que desafiaba el destino y alcanzaba el éxito en sus emprendimientos.

Sin embargo ese sentido de juego, de "correr el peligro", desafiar el destino, puede ser percibido, por otro lado, en el modo como, aún hoy, los juicios de riesgo atribuidos a factores, comportamientos, modos de vida, implican una especie de responsabilización individual, de culpabilidad por las eventuales pérdidas que ocasionan ciertos "desafíos al destino" (Lupton, 1993). Desde la perspectiva de la modernidad reflexiva, el individuo pasa a ser una obra de autoconstrucción que lleva a la práctica un particular “estilo de vida” seleccionado en un contexto de la pluralidad de opciones ponderando consecuencias y riesgos de la propia acción ( Giddens, 1995).

El contrapunto lo ofrece el individualismo negativo mediante una lectura crítica de este proceso de liberación individual frente a la estructura. Castel (1984) propone otro concepto alternativo: la idea de vulnerabilidad social en la descripción de situaciones individuales y familiares concretas caracterizadas por la desprotección social. Siguiendo su intuición de los años ochenta (Castel, 1984) habla de un “deslizamiento de la noción de peligrosidad hacia la de riesgo que se produjo a lo largo del siglo XX” (Castel, 2010). Hoy vemos como esa idea de infancia peligrosa se hace patente de diferentes formas: no hay cifras sobre violencia infantil (a diferencia de la violencia de género donde sí hay registros continuados) pero sí las hay de menores peligrosos.

En los años 80 se añade también otra idea, la de “nuevos riesgos” originada a partir de los desarrollos inesperados e indeseados del desarrollo de la ciencia y la tecnología. Cuando confiábamos –antes de los 80- en la ciencia, el riesgo era menor pero la crisis de credibilidad favorecida por el impacto negativo de la tecnificación aumenta la percepción de la vida como riesgo. Es un hecho que la tecnología nos facilita la vida pero también nos hace más vulnerable ya que perdemos el locus control (viaje en avión, informatización de procesos, dependencia de redes tecnológicas,..). Muchos de los miedos actuales en relación al impacto de algunas tecnologías (móviles, alimentación, medio ambiente,..) son formas de tratar, al modo de una fobia que focaliza el temor, la angustia social difusa debida a esta creciente tecnificación.

La década del noventa ha sido por ello testigo de la elaboración sistemática de una sociología del riesgo como perspectiva de análisis de las sociedades contemporáneas de los países centrales, situadas en el marco del cambio civilizatorio de la modernidad reflexiva, Autores como Beck (1998), Giddens (1995) o Luhmann (2006) son claves en esta teorización.
Hoy ya es un lugar común hablar del riesgo como algo cotidiano, hasta el punto que un autor como Beck ha bautizado nuestra sociedad como la sociedad del riesgo. Vivir bajo tal tipo de circunstancia, "(...) significa vivir con una actitud de cálculo hacia nuestras posibilidades de acción, tanto favorables como desfavorables, con las que nos enfrentamos de continuo en nuestra existencia social contemporánea individual y colectivamente. Los nuevos parámetros del riesgo incluyen el surgimiento de la conciencia pública de los mismos, así como el reconocimiento de las limitaciones de los sistemas expertos para resolver la gestión de los riesgos, incluida la percepción del riesgo como riesgo. El cálculo de riesgo siempre supone un nivel de incertidumbre, al tiempo que refiere a eventos que pueden ocurrir en un futuro dadas determinadas circunstancias”.

Estos conceptos tienen el efecto de inmunizarla toma de decisiones contra fracasos. La ilusión es que se podría llegar a un riesgo cero con un buen protocolo/algoritmo decisional y que el riesgo sería siempre calculable.

Esta idea ha derivado en una prevención generalizada del riesgo que a veces implica más daño que los que queremos evitar (medicación preventiva: gripe A, proliferación de diagnósticos como el TDAH,..). La idea misma de trastorno por estrés post-traumático, aplicado a discreción a numerosos acontecimientos de nuestra vida (ruptura pareja, catástrofe natural, terrorismo, abuso sexual, vuelta de vacaciones, mobbing laboral,..) implica ya una generalización del trauma que nos hace vivir en una angustia permanente, una especie de desorden pre-traumático. Lo cual justifica esas medidas preventivas generalizadas que autorizan todo tipo de vigilancia. Un ejemplo extremo sería el carné de salud mental que los docentes franceses deben rellenar ya en la escuela infantil.

Conclusiones sobre el riesgo:
1.    El riesgo no es un atributo objetivo-natural, sino una valoración, responsabilidad por tanto de los profesionales.
  1. Nuestra propuesta para abordar la toma de decisiones en las prácticas de red implica aceptar que no existe el riesgo cero y que cualquier ilusión de programar lo imprevisible o eliminar la sorpresa que introduce la misma subjetividad nos conduce a un universo delirante o en su versión más neurótica a una burocracia mortificante (indicadores, protocolos, circuitos,.). Un ejemplo reciente lo tenemos en la idea de que mediante la pasación de tests psicotécnicos a candidatos a la adopción/acogimiento podríamos prevenir posibles abusos sexuales. La realidad es que el riesgo que aquí se trata de evitar es el de la judicialización posterior por denuncias de las familias.
  2. Los llamados indicadores de riesgo y los protocolos de actuación son instrumentos válidos para nosotros y podemos servirnos de ellos a condición de no tomarlos como soluciones universales y totales. Los indicadores indican pero no sustituyen el juicio y por tanto el diagnóstico que debe calibrar los diferentes factores objetivos y subjetivos para apreciar el riesgo de un caso. Lo comprobamos en el día a día cuando vemos listados de indicadores que pueden aconsejar, por ellos mismos, una medida radical e inmediata (una separación) cuando al calibrarlo con la diacronía del caso (evolución) vemos que sería aconsejable darse un tiempo. O al revés también sucede.
  3. Lo mismo ocurre con los circuitos de la red que definen, a veces de manera exhaustiva (algoritmos) el qué hacer. El problema es que si no añadimos a esa indicación el cómo hacerlo y el proceso de esa acción (p.e. coordinación de servicios de salud y de servicios sociales) el caso termina en la deriva de la derivación.
5.    Una pauta que nos puede servir frente a estas derivas preventivas es diferenciar entre alertar y señalar el peligro y provocar el pánico dramatizando una situación. Sabemos que un cierto miedo y por tanto una alerta es necesaria para anticipar un peligro pero si inducimos el pánico podemos fácilmente precipitar el acto y provocar, p.e. en nuestra práctica, una iatrogenia institucional (internamiento precipitado, medicación preventiva, expulsión escolar,)

La construcción del caso como proceso de toma de decisiones

La construcción del caso (Ubieto, 2012) es otro tratamiento de la doble dificultad (complejidad y angustia) que implica el real en juego. Lo que nos ha enseñado nuestra experiencia de Interxarxes (2000-2013) es que eso exige promover una conversación de características diferentes a la común actual online[1].

Este proceso lo podríamos definir cómo: “organizar una conversación interdisciplinaria con el fin de orientarnos y sostenernos en nuestra tarea (casos, proyectos, institución)”. 

Una definición minimalista pero que ya incluye todos los aspectos básicos: 
• La organización como clave ante la espontaneidad y el voluntarismo
• La inter-disciplinariedad como patrón de relación inter-profesional
 • La orientación como finalidad primordial del trabajo compartido
• El sostenimiento como beneficio secundario de esta cooperación: EAIA

Este planteamiento no supone ninguna novedad puesto que en la tradición de la medicina, la docencia y el trabajo social, el juicio, la opinión y decisión el profesional era un activo fundamental. Él estaba investido de autoridad, se le suponía un saber y la clave de su eficacia estaba en los vínculos que sostenía, a través de la palabra, con los pacientes, alumnos o familias que lo requerían.

Por eso si tuviéramos que establecer los mínimos requerimientos para decir de una praxis que es un verdadero trabajo en red, tendríamos que encontrar en el modelo de conversación que mantienen los profesionales los siguientes rasgos:

• cara a cara: la presencia del otro no es sustituible, si bien las TIC’s resultan muy útiles para intercambiar información (no para producir saber).
• Constante y regular: sólo la continuidad da sentido a la actuación
• Alrededor de un Interrogante: el eje de la construcción del caso tiene que partir de aquello que no sabemos y causa nuestra conversación
• Global y singular: nos hacemos una representación compartida de la situación (familia) sin olvidar la posición y singularidad de cada miembro
• Poner por escrito el proceso y los acuerdos: escribir es ya ordenar los elementos, priorizar acciones y formalizar el compromiso colectivo

A partir de la puesta en marcha de esta conversación estamos en condiciones de hablar de practica colaborativa y dar forma a la construcción del caso en el seno del equipo. Esa construcción es una investigación-acción colectiva que puede tomar diferentes formas y que apunta a constituir un saber nuevo, que no otro diferente/diverso. Se trata en este proceso de autorizarnos y hacerlo con el otro.

La decisión aquí forma parte de un proceso de elaboración colectiva, no es unilateral ni tampoco se trata de un pasaje al acto: reflexión compartida y co-responsabilidad.

Por supuesto que esto no nos ahorra las dificultades que existen: gestión del tiempo, productivismo, traspaso de información, resistencias de los profesionales, pero nos permite tratarlas en el vínculo colaborativo.

Es una apuesta para tratar el real de otra manera que el de reducirlo al paradigma problema-solución donde se plantea en términos de excelencia (omnipotencia) versus fracaso (impotencia) y donde el sujeto tiene como destino la clasificación y luego la segregación. Uno de los efectos de la crisis es precisamente la proliferación de etiquetas clasificatorias que velan ese real como se ve bien en el reciente manual DSM-V donde cada cual puede encontrar “su trastorno”. Ya sea un “Trastorno cognitivo menor”, que incluye síntomas inespecíficos muy comunes en personas de más de 50 años; “Trastorno por atracones” definido por darse un atracón semanal en un periodo de tres meses –práctica no inhabitual en verano – y que pasaría a considerarse un trastorno mental o “Trastorno mixto de ansiedad-depresión” con síntomas ampliamente distribuidos en la población general (inquietud, tristeza) para los que la medicación no supera en resultado al placebo). 

También en el campo de la intervención social surge un nuevo lenguaje que mediante los eufemismos vela lo real en juego (precariedad, pobreza, abandono): pobres que recogen alimentos son rebautizados como “sujetos con dinámica de recuperación de alimentos o materiales desechables”, familias desahuciadas son categorizadas como “familias con inestabilidad domiciliaria”.

La relación asistencial no es ajena a los paradigmas y modelos que nos sirven para entender la realidad, en este caso la subjetividad. Por ello esta pasión por elidirla mediante la clasificación está ya teniendo sus costes en términos de desconfianza mutua (boicot terapéutico), vulnerabilidad del profesional monitorizado, burocratización de su tarea y pérdida de la calidad del vínculo.

Del déficit a la invención

El paradigma de la construcción del caso parte de otro binario: síntoma e invención. Síntoma como aquello que da forma al malestar del sujeto y la familia que implica una verdad cifrada, algo no dicho pero que opera por su opacidad y al mismo tiempo una satisfacción –aunque objetivamente sea un malestar- en el mantenimiento de esa repetición (abusos, maltratos, negligencia, inhibición,..). En todo síntoma encontramos satisfacciones sustitutivas que, por supuesto, no responden a la lógica del sentido común ni del bien propio. Conocemos la función, p.e., del chivo expiatorio en todo grupo familiar o del parasitismo en relación a los servicios.

Frente a ese síntoma encontramos la invención, las fórmulas más o menos logradas que cada sujeto o familia exploran para tratar su real propio. A veces se instalan en formulas de dependencia (consumo, provisión del otro) de difícil salida pero otras podemos hallar logros y recursos personales que pueden promover cambios y respuestas de afrontamiento de las dificultades.

Lo comprobamos en diversos proyectos orientados por la búsqueda de la invención –que no de la excelencia como ideal de desconocimiento: Taller Respuestas a las crisis[2], Proyecto Adojo[3], Grupos de soporte a mujeres que han sufrido Violencia de género[4]. En todos ellos se trata de revertir el proceso de déficit, como significación negativa, por el de invención como rasgo singular que resalta lo valioso de cada uno. Estos proyectos funcionan en la confianza en el otro más que en el saber experto.

Las modalidades concretas de la construcción del caso pueden ser diversas: espacios de análisis de casos (Mataró), laboratorio interdisciplinar (Interxarxes), taller (Xarxa de Infància i Adolescencia de Cornellà), seminario (Interxarxes), comisiones sociales en las escuelas, supervisión de equipo.

Esta tarea, para que tenga continuidad, hay que complementarla con la coordinación y el liderazgo, como vectorización de los esfuerzos colectivos, y con el apoyo institucional que asegura el reconocimiento y la estabilidad del equipo de trabajo. Estos 3 elementos (principios, método y soporte institucional) componen el plan que organiza la tarea y le da el marco institucional adecuado. 

Para concluir, hoy ya tenemos normas legales, la LDOIA (Ley de los derechos y las oportunidades a la infancia y la adolescencia de Cataluña), nuevo marco legal en el ámbito de la infancia, es un adelanto en este sentido, con el impulso que prevé a las Mesas territoriales de infancia que promueven este trabajo en red, pero habrá que velar para que, en su despliegue, este modelo asistencial posibilite la conversación interdisciplinaria y la haga duradera.

Si no avanzamos en esta dirección las alternativas parecen peores ya que se reparten entre una tentación nostálgica de una práctica inefable donde cada uno decide sólo, recreando su independencia, y la impotencia para sostener su praxis la reduce al ejercicio de un poder de amo solitario sin requisito alguno de demostración.

La otra fórmula es la de dejar la decisión en manos de una práctica cada vez más protocolizada, en el marco de una monitorización que si bien nos alivia, en un primer momento, de la angustia de decidir y de pensar, la pesadilla acaba retornando bajo formas diversas: conflicto entre servicios, malestar personal, ineficacia y reacciones defensivas.




Referencias

Bauman, Zygmunt (2008). Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus
miedos líquidos. Buenos Aires: Paidós.

BECK, U. (1998). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Buenos Aires: Paidós.

Castel, R. (1984). La gestión de los riesgos. Barcelona: Anagrama.

Castel, R. (2010). El ascenso de las incertidumbres.Trabajo, protecciones, estatuto del individuo. Buenos Aires: FCE

Giddens, A. (1995). Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea. Barcelona: Península.

Giddens, A. (1997). Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza.

Luhmann, Niklas (2006), Sociología del riesgo.México: Universidad Iberoamericana.
Lupton, D. (1993). “Risk as moral danger. The social and political functions of risk discourse in public Health”. En: International Journal of Health Services. Vol. 23, No. 3, pp. 425-435. Consultado el 18/09/2014: http://baywood.metapress.com/app/home/contribution.asp?referrer=parent&backto=issue,2,15;journal,85,175;linkingpublicationresults,1:300313,1

Rosanvallon, P. (1995). La nueva cuestión social. Repensar el Estado providencia. Buenos Aires: Manantial.

Ubieto, J.R. (2012). La construcción del caso en el trabajo en red. Barcelona: EdiUoc.


[1] El Programa Interxarxes de lleva a cabo en el distrito de Horta-Guinardó, impulsado por el Ajuntament de Barcelona, la Diputación de Barcelona y la Generalitat de Catalunya, desde el año 2000: www.interxarxes.net

[2]  José Ramón Ubieto. “Hombres fuera de juego”. La Vanguardia. Tendencias, viernes 13 de diciembre de 2013. Consultado: http://joseramonubieto.blogspot.com.es/search?updated-max=2014-03-06T06:48:00-08:00&max-results=7&start=9&by-date=false

[3] José Ramón Ubieto. “Adolescentes: del déficit a la invención”. La Vanguardia. Tendencias, sábado 1 de marzo de 2014.  http://joseramonubieto.blogspot.com.es/search?updated-max=2014-03-06T06:48:00-08:00&max-results=7&start=9&by-date=false

[4] Proyectos desarrollados por los equipos de Servicios Sociales Básicos del distrito de Horta-Guinardó (Barcelona).



Freudiana 71.Sumario

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Editorial (5) Pepa Freiría

La orientación  lacaniana
Itinerario de Lacan (El ser y el Uno. Clase del 6/4/2011) (7) Jacques-Alain Miller
¿Qué es un psicoanálisis orientado hacia lo real? (21) Éric Laurent

La Escuela en el siglo XXI. Su política
Entradas en control (47) Félix Rueda

Conceptos fundamentales
 Discreta verdad (51) Antoni Vicens
Punto de basta (69) Victoria Vicente
La relación del parlêtre con su cuerpo. Schreber y Joyce (73) Emilio Faire

Elecciones del sexo
La pasión transexual,¿convicción o certeza? (87) Margarita Álvarez
Un real para el siglo XXI¿de qué genero? (103) Clotilde Leguil

Enseñanzas del pase
Informe de la Comisión del pase 2010-11. Carteles A10-B10 (109)

Enseñanzas de los AE
Escribir, borde de lo real (135) Anna Aromí
El deseo del analista. Lo real del acto (147) Marie-Hélène Blancard
El brote amargo de bambú (153) Graciela Brodsky
Notable (157) Bruno de Halleux

Primeros Testimonios
El trueno y el trazo (163) Marcus André Vieira
Después del pase. A posteriori, aún… (171) Hebe Tizio

Clínica después del Edipo
¿Cómo ser humano? (179) Graciela Esebbag
Judith ¿un cero ineludible? (185) Pepa Freiría
Sans hésitation (191) Sandra Pax-Cisternas

Lecturas
Palomera, Vicente. De la personalidad al nudo del síntoma (195) M. Àngela Gallofré
Bauman, Zygmunt y Dessal, Gustavo. El retorno del péndulo (199) Javier Peteiro Cartelle
Ubieto, José Ramón. TDAH. Hablar con el cuerpo (201) Lidia Ramírez
Byung-Chul, Han. La sociedad del cansancio (203) José Ramón Ubieto

Presentacion del libro "TDAH: Hablar con el cuerpo"

El sentimiento de culpa

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La Vanguardia



Cultura (s)   |  miércoles, 5 de marzo de 2014  |  Páginas 2-5







Dossier: El sentimiento de culpa

El sentimiento de culpa está ligado, en nuestra tradición judeo-cristiana, al obrar en oposición a la moral convenida y merece por ello el castigo. De la misma manera la impunidad -nunca ausente en sus diversas formas de corrupción- en ese discurso queda relegada a la clandestinidad.

Hoy el goce, satisfacción que empuja a su máximo logro, otorga otro estatuto a la impunidad. Ya no se trata de los vicios privados que "ahorran" el pago sino que ahora se presenta precedida de un investimento social positivo: la idolatría de esos personajes -algunos enjuiciados- como ejemplos públicos de ese goce llevado a la excelencia. Ese empuje al gozar -resorte del consumo y la adición generalizada- no es ajeno a la impunidad del sujeto contemporáneo.

¿Donde queda pues la culpa y que tratamientos observamos para aliviarla? Por un lado la ciencia ofrece argumentos de disculpa ligados a las explicaciones causales de muchos actos vitales (infidelidad, fracaso escolar, trastornos mentales, inversiones especulativas) que dejarían de implicar la responsabilidad del sujeto para reducirse a aspectos "moleculares" (genética, neurotransmisores) sobre los cuales el sujeto nada tendría que decir. La paradoja es que ese sentimiento de culpa arrojado por la puerta, retorna por la ventana de las imputaciones hereditarias (padres con antecedentes genéticos). La religión y el discurso (neo) moral también proponen otra tratamiento vía el perdón que supone renegar del acto sin necesidad de rectificar y por tanto hacerse responsable de ello.

¿No será la angustia, un afecto que no engaña al decir de J.Lacan, el que toma el relevo de ese sentimiento de culpa y de la vergüenza que, en ocasiones, la acompañaba? La prevalencia de los cuadros de angustia (desde el estrés postraumático hasta el panick attack) así parece atestiguarlo. En este dossier , tres psicoanalistas discuten estas cuestiones.


Culpa, vergüenza y perdón

La culpa tiene diversas causas, la primera es la que los clásicos resaltaron: el dolor de existir. Aún sin haber pedido venir al mundo, paradójicamente, nos sentimos culpables de habitarlo. Freud habló luego del sentimiento de culpa por gozar y transgredir los límites, sea bajo la forma de una compulsión, una infidelidad o un desafío.
Lacan añadió otra vertiente de la culpa, más compleja pero más actual, ahora que los límites se difuminan: la culpa por no gozar lo suficiente, por no ser felices con todos los objetos que pueblan nuestra existencia.

El mito del padre edípico, agente de la prohibición, ya no sirve para explicar el hecho de que uno se siente culpable de gozar poco, lo que obliga al sujeto a hacerse cargo de esa falta sin poder culpar al otro castrador de esa insuficiencia. El goce está limitado al hombre por su condición de ser hablante -ya Hegel se refirió al lenguaje como asesinato de la cosa- y la respuesta a esta falta de gozar es la culpa que deviene así estructural. El Nothing is imposible, lema global, vela esa imposibilidad con su ilusoria promesa.

Culpa “secreta” y causa del imperativo superyoico que exige de nosotros un esfuerzo más y un sacrificio que hoy toma formas diversas, muchas de ellas ligadas a la “gestión” xtreme de los cuerpos. Informaciones recientes del New York Times nos hablan de que el 35 por ciento de los estudiantes universitarios toman psicoestimulantes para combatir el estrés de los periodos de exámenes y circunstancias similares. Otros consumos compulsivos (tóxicos, cibersexo, comida) muestran como ese empuje al ¡Goza! (Enjoy!)  certifica que lo que no está prohibido es obligatorio, en la búsqueda imposible de ese goce perdido cuya culpa (falta) no cesa de agitar al sujeto.

El reverso de todo ello es la prevalencia actual de la angustia como pathos. Basta como muestra los 500.000 soldados americanos (de los dos millones desplazados a Irak y Afganistán) que padecen secuelas graves post traumáticas.

Diversidad de la culpa a la que corresponden también modos distintos de tratarla. Uno es el autocastigo, fijación a un síntoma que nos produce malestar consciente si bien implica un alivio de esa culpa inconsciente. ¿Cuántos varones infieles se “hacen castigar” por ello de diferentes maneras? ¿Cuántos conductores demasiado veloces se “hacen multar” o limitar por otros motivos?

Otro modo clásico, y hoy de renovada actualidad, es pedir perdón y mostrar arrepentimiento. Lo practican políticos, líderes religiosos, empresarios e incluso países enteros. Algunos –no todos- añaden a la petición los signos de otro afecto: sentir vergüenza por sus actos. Otra manera de dar salida a la culpa, que implica un grado de subjetivación mayor que el simple perdón.

Que extrañas suenan hoy las palabras de Vatel, cocinero del Gran Condé:“Señor, no sobreviviré a esta desgracia. Tengo honor y una reputación que perder”. Pronunciadas comopreludio de su posterior suicidio, al no poder cumplir con sus obligaciones en el festín con el que el príncipe quería seducir al rey francés, evocan el afecto de la vergüenza.

Pretender hacerse perdonar por los daños causados implica la existencia de un discurso moral, teñido de religiosidad, que busca más la absolución del pecador que su rectificación efectiva. El problema es que ese pedido de perdón no es seguro que confronte al sujeto con su responsabilidad. Y si no lo hace sabemos que la única consecuencia posible será la repetición de ese exceso. Es lo que la clínica nos enseña: cuando un sujeto no elabora la culpa respondiendo de sus actos, queda entonces fijado a la búsqueda de ese perdón sin que su posición se modifique lo más mínimo. La responsabilidad queda entonces del lado del Otro que es quien puede/debe perdonar.

“Lo que tu haces sabe lo que eres” aseveración de Lacan que indica que un sujeto ético no es aquel que se disculpa sino el que testimonia de lo íntimo de su ser que se halla comprometido en sus actos y decide qué hacer con ello, lo cual no va sin una pérdida, sea en bienes, en imagen, en afectos. Cuando el sujeto no consiente a esa pérdida, y si además se trata de un personaje público, el mensaje que transmite es la impunidad por el goce obtenido.

La nueva erótica digital de los adolescentes

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Cada época tiene su erótica con sus objetos y sus ficciones acerca de la pasión amorosa. La erótica cumple una función básica: velar la inexistencia de la relación sexual, llenando ese vacío con palabras, imágenes y objetos que lo cubran. El amor cortés o el romanticismo son hitos en esta historia, ficciones donde cada uno de los sexos tiene asignado un rol.

Hoy la erótica es múltiple, se sirve a la carta y a la medida de la fantasía de cada uno. Hay tantas como fantasmas sexuales: voyeristas, masoquistas, sádicos, incluso sexless, aquellos que exigen precisamente la ausencia del acto sexual.

Dentro de esta diversidad hay una característica común: la incidencia de la lógica capitalista confiere hoy a toda erótica su carácter de producto, su condición de mercancía existente en el mercado.

En el caso de los adolescentes los nuevos semblantes sexuales, muy ligados al enjambre digital, nos interrogan acerca de su función en relación a ese punto de partida: no hay relación sexual.

Esta verdad, atemporal, ha estado más velada en otros momentos por una serie de significantes amos que ofrecían sin ambigüedades un perfil claro de los tipos sexuales, una respuesta a las preguntas de cómo ser un hombre o como ser una mujer.  Ahora constatamos una crisis en la masculinidad, rebote del propio declive de la imago paterna y un aumento de los estilos viriles entre las feminas.

La tesis de Serge Cottet (“El sexo débil de los adolescentes”) nos sirve de guía: hoy lo reprimido no es el sexo sino la confesión amorosa ya que las palabras no existen más para “decir bien” esa inexistencia. El sentimentalismo y la historia de amor, que la recubrían, siguen funcionando como ficciones pero con menos fuerza. Podemos decir que eso va por barrios y que en los nuestros vemos como cierto tipo sexual, bien encarnado por algunos jóvenes latinos, tiene éxito por remedar ese sentimentalismo, obsoleto en otras clases sociales, a veces acompañado de actitudes de dominio y/o violencia incluso.

En el lugar de ese vacío lo que vemos es un cortocircuito de la palabra y la proliferación de objetos, entre ellos el propio sexo como performance contable. La app Tinder, especialmente usada por adolescentes, es un buen ejemplo de este funcionamiento. Montada al calor del éxito de Grindr (app para homosexuales), se trata de una aplicación que permite localizar a otros usuarios de la red social que se encuentran cerca. En la pantalla aparecen los usuarios cercanos y cada uno puede aprobar o rechazarlos. Cuando hay aprobación mutua se abre la posibilidad del encuentro.

Aquí no hay amigos ni followers, aquí sólo se trata de conectar –a partir de una imagen- a los lazy singles para que ellos decidan qué hacer después. Los usos son por supuesto diversos y particulares a cada uno. Muchos de ellos no llegan nunca al contacto real y se dedican tan sólo a mirar, hablar o intercambiar las fotos con otros usuarios. Una joven paciente, usuaria habitual de Tinder, me explica que “lo que me gusta es que me puntúen, saber a cuantos gusto, lo del sexo no me interesa”.

La popularidad contabilizada es un rasgo común a todas estas propuestas, donde se produce una sucesión metonímica en la que fácilmente se puede saltar, con un simple touch de un perfil a otro, casi sin lugar para la palabra. Otro usuario, esta vez varón, me cuenta cómo comparten las “conquistas” con sus amigos al comprobar que en algunos casos tienen, dice, “cromos repetidos” para aludir al hecho que hay chicas que los han aprobado a varios de ellos.

Realizar el acto sexual no es, pues, la finalidad última y única de estas app ni, sobre todo, del uso off label que hacen muchos de los jóvenes. Hasta tal punto que los responsables de estas aplicaciones animan a sus usuarios a testimoniar de sus encuentros reales para que los otros usuarios del servicio se convenzan de que la app sirve para el propósito para la que fue creada.

Incluso existe ya, con éxito en los EEUU, una especie de Tinder para acurrucarse sin que haya sexo de por medio: Cudder.Inspirada en los cuddle parties, fiestas muy populares que nacieron en 2004 donde se ofrece cariño sin sexo.

¿Qué estatuto dar, entonces, a estos usos y encuentros digitales? Podríamos tomar estos usos como ficciones, semblantes digitales, que como otras eróticas analógicas, tratan de bordear el agujero de la inexistencia de la relación sexual. Ficciones marcadas por la idea de concebir la relación sexual como una transacción comercial: fácil, rápido y seguro, pero ficciones al fin y al cabo.

En ellas se observa, como estrategia general, la evitación de la castración tratando de eliminar la sorpresa, minimizar el riesgo del encuentro sexual, que cada uno sepa exactamente qué puede esperar del otro y limitar así el rechazo al multiplicar las oportunidades. En cierto modo “limpiar” lo sexual de sus impurezas, convertir lo que podría ser deseo oscuro en una transparente voluntad. La app Good2go, creada por una madre de estudiantes, se  propone como una herramienta para tener relaciones sexuales consensuadas previniendo o reduciendo así el abuso sexual”, lo que incluye un test de sobriedad y el “sí quiero” explícito.

Incluso el propio acto sexual tiene esa función de velo. Un paciente relata un triple encuentro sexual con usuarias de Tinder en el intervalo de un “finde”. En el trasfondo de esa metonimia está la novia que ha dejado por no traspasar el tabú de la virginidad. Hacerlo con otras, desconocidas,  le permite mantener la ficción de esa armonía entre los sexos

Reseña de la presentación del libro “TDAH: Hablar con el cuerpo” de José Ramón Ubieto

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El pasado viernes 14 de noviembre de 2014 la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona BCFB organizó en el Palau Robert la presentación del libro de nuestro colega José Ramón Ubieto, “TDAH: Hablar con el cuerpo”, un libro que nos introduce al mundo en que vivimos dominado por la prisa, donde proliferan los diagnósticos por Trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH) centrados en los tratamientos farmacológicos. La perspectiva de Ubieto es la de la orientación lacaniana, que toma en cuenta el síntoma buscando “la fórmula de tratarlo haciendo hablar ese cuerpo, mudo pero agitado, leyendo esos acontecimientos de cuerpo”, siendo el síntoma lo más real que tenemos.
La mesa estuvo coordinada por Laura Canedo, Directora de la BCFB, quien conversó con el autor en compañía de Francesc VilàSegundo MoyanoIsmael Palacín y Joan-Ramon Laporte, en un auditorio a foro completo y abierto a la ciudad.


Laura Canedo inició agradeciendo a los invitados y a los asistentes su presencia, para continuar presentando el libro de José Ramón Ubieto, considerándolo una brújula para orientar el trabajo de los clínicos y de todos aquellos concernidos por el tema del TDAH. Resaltó su importancia al orientarnos sobre cómo trabajamos, cómo intervenimos en estos casos, pero también, a la hora de pensar el diseño de programas y políticas públicas sanitarias.
Destacó que es un libro que forma parte de una serie de publicaciones del autor que están orientadas por el trabajo en red.
Francesc Vilà comentó que, siendo un libro que conversa con otros sobre el TDAH, no es uno más. Y propuso tres puntos candentes:
El primer punto, se encuentra en la novedad del libro que es el propio título “TDAH: Hablar con el cuerpo”. Como el autor escribe en la pagina 102 del libro donde dice: “Hablar con el cuerpo es un hecho propio del ser hablante”.
Un segundo punto, es la evidencia de que el llamado TDAH es algo que existe, sin embargo la pregunta sería: ¿Qué quiere decir TDAH para cada uno?, ubicando el tema como un problema de políticas sociales y no exclusivo del ámbito sanitario.
El tercer punto, es subrayar la importancia de interrogar las singularidades de cada niño que habla con su cuerpo, ya que esto algo quiere decir, tal como nos lo enseña el psicoanálisis.
Segundo Moyano habla como Coordinador de la Colección Laboratorio de Educación Social, de la UOC, para indicar que el libro nos aporta una perla al hablar de la cuestión educativa sin intentar “educativizar” el TDAH como lo hacen otros discursos.
Sitúa el término TDAH como aquellas que Paul Valéry llama “palabras loro” debido a que son palabras que se desgastan o pierden su valor al intentar reglarlas y acaban por ser “palabras vacías”.
Ismael Palacín considera el libro como estimulante, critico y comprometido.
Invita al autor a escribir un segundo libro bajo la perspectiva del “TDAH y la educación”, compartiendo la idea de que el TDAH es un síntoma en el ámbito escolar que es demostrado por las estadísticas, a nivel español, que revelan que hay un alto número de alumnos que repiten curso en un sistema educativo basado en un modelo comprensivo y permisivo donde la educación es para todos, señalando la importancia de poder debatir sobre el aprendizaje personalizado y no sobre el individualizado que permanece actualmente en las escuelas desde el control y la evaluación. 
Joan-Ramon Laporte habla del TDAH como paradigma de la medicalización generalizada que toma en cuenta las supuestas bases biológicas de la enfermedad respaldadas por los criterios diagnósticos de la OMS y los manuales diagnósticos (DSM).
Destaca la depresión o depre como una “palabra loro”, poniendo el ejemplo de la película de Woody Allen, Blue Jasmine, donde la protagonista se automedica con antidepresivos cuando cree estar ansiosa como ocurre hoy en día con el metilfenidato para la concentración en los niños y adolescentes.
Denuncia que “la medicina en España ha dejado de ser humanista para ser tecnócrata”  como ya ocurre con la informatización de los historiales clínicos de los médicos de familia.
José Ramón Ubieto explica que su libro es una respuesta a lo que en su práctica como psicoanalista de orientación lacaniana se ha venido encontrando en los últimos tiempos ya que son cada vez más los niños etiquetados como TDAH que en palabras de otro autor vendrían siendo casi una “epidemia catastrófica”.
Una cuestión que le llevó a la escritura fue preguntarse ¿cómo tratándose de niños tan diversos, todos tienen el mismo tratamiento? Pregunta que surgió de la conversación con otros colegas en unas Jornadas sobre el tema que sirvieron de pretexto para escribir el libro considerando que el TDAH hoy en día no es solo una etiqueta diagnóstica ya que es mucho más, es un mundo.
Durante la intervención enfatiza que para los psicoanalistas lo importante es que vivimos en un mundo de lenguaje, donde los sujetos estamos bañados por el lenguaje, que penetra nuestro cuerpo con el que cada uno construye su novela familiar. De esta forma compartió con los presentes, a manera de Witz, un testimonio de su experiencia de baño de lenguaje en la infancia, donde se presentaba como agitado, y surge un dicho materno: “eres un inconsciente”, agradeciendo que esto lo introdujera al psicoanálisis; y un dicho paterno: “los he visto más rápidos”, padre que irónicamente era cojo. Los dichos pasaron a formar parte importante en la vida del autor tomando forma en la mirada y la respuesta rápida.
Hablar con el cuerpo es dar respuesta a la demanda según cada uno haya podido interpretar los dichos familiares.
Para finalizar, se dio paso al turno de preguntas y respuestas en una sala con asistentes entusiasmados en participar.
Alejandro Velázquez


Editorial UOC, Barcelona, 2014.

José Ramón Ubieto (entrevista): “El tiempo hiperactivo anula el tiempo para comprender y con él la creación y el pensamiento”

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José Ramón Ubieto, psicoanalista: “El tiempo hiperactivo anula el tiempo para comprender y con él la creación y el pensamiento”


Publicado por Marta Berenguer. Autor de las fotografías: José Torralba.

Cada día se diagnostican en España más casos de lo que se ha venido a llamar TDAH (Trastorno por déficit de atención con hiperactividad). En las aulas de primaria un porcentaje elevado de alumnos es medicado debido a esa y otras etiquetas diagnósticas. Pero ¿qué hay detrás de ese acrónimo?. ¿Existen evidencias científicas o genéticas que permitan diagnosticar el TDAH.? ¿Por qué ahora algunos de los creadores del término hiperactividad admiten que se trata de una enfermedad ficticia o que ha habido un exceso diagnóstico?. José Ramón Ubieto, psicólogo clínico y Psicoanalista es autor del libro TDAH. Hablar con el cuerpo que la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona presentó hace unos días en el Palau Robert. En su obra distingue, en primer lugar, el trastorno del síntoma y pone la importancia en la subjetividad de los niños en todo el proceso de comprender el TDAH. En una época donde la prisa impera, ese tiempo para comprender parece haber pasado a un segundo plano. Ubieto nos da un toque de atención para entender el malestar que expresan los cuerpos de estos niños agitados por la subjetividad de la época.

Nicolás el Grande

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La Vanguardia | Domingo, 30 de noviembre 2014


Leonardo DiCaprio en Atrápame si puedes borda el personaje de Frank Abagnale, americano de origen humilde, que se hizo millonario antes de los 19 años tres usurpar la identidad profesional de piloto, médico y abogado. Nos muestra allí el funcionamiento mental del delirio megalómano que, según datos de la Organización Mundial de la Salud, alcanza hasta el tres por ciento de la población.

La megalomanía se caracteriza por las ideas de grandeza que llevan a un sujeto a mentir, manipular o exagerar algunas situaciones o a las personas, a fin de conseguir sus objetivos e implica un desmedido afán de notoriedad. Freud destaca “la hiperestimación del poder de sus deseos y sus actos mentales, la «omnipotencia de las ideas» una fe en la fuerza mágica de las palabras y una técnica contra el mundo exterior: la «magia», que se nos muestra como una aplicación consecuente de tales premisas megalómanas”.

Los datos que tenemos de Fran Nicolás nos hablan de un joven que ya en la secundaria vestía de marca, a pesar de su origen humilde y que después no repara en atribuirse misiones especiales relacionadas con los asuntos políticos más candentes del país: Casa real, caso Noos, caso Pujol, incluyendo su condición de colaborador del CNI. La propia juez, al terminar la declaración, escucha atónita como él comenta que ya es trending topic y se le incauta papel con membrete oficial de la Moncloa, falsificado. No faltan tampoco los coches de lujo, la ropa cara y las consecuentes deudas que todo ello le genera y que le obliga también a estafar.

¿De donde surge este delirio de grandeza? Lacan se refiere a la megalomanía al hablar del escritor Joyce, quien se hizo un nombre propio con su obra y afirmó que ella constituiría motivo de estudio para futuras generaciones de universitarios. El origen habría que encontrarlo en una falta narcisista, una falta de la libido del ego, que es la que, en la megalomanía, se restaura de manera delirante. Este déficit del yo es el que se corrige, intenta autotratarse mediante el delirio megalomaníaco como una especie de suplencia.

Fran Nicolás, hijo de un barrio y de una familia humilde, reniega de esos orígenes y se desplaza pronto a otro barrio para transformarse en Nicolás el grande. La megalomanía es, pues,  un proceso defensivo en el que el yo intenta encubrir su sentimiento de insignificancia, su devaluación, su falta de amor por sí mismo. Se presenta como un esfuerzo desesperado por seguir existiendo, adoptando una identidad grandiosa frente al peligro de dejar de ser. Hay que pensarlo entonces como un fenómeno restitutivo para el que el sujeto no ahorra esfuerzos.

Para el megalómano él es único y los demás sobran, son incluso ridículos, Es el 'autoculto' del Uno, como señala el psicoanalista Jacques Alain Miller. Fran Nicolás, a juzgar por sus comentarios, parece sentir cómo su misión de salvador justifica la usurpación  de la identidad y las mentiras. Sus habilidades sociales, unidas a una inteligencia y falta de empatía notable, le permiten convencer a otros de la verdad de esa misión.



¿De donde surge el miedo escénico?

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LA VANGUARDIA. Tendencias, miércoles 17 desembre 2014



El miedo escénico –al que más bien deberíamos llamar angustia-  es el miedo a una escena en la que uno no dispone del control o cree haberlo perdido. Puede ocurrir ante un público numeroso en un estadio de futbol o en un teatro pero también, los pacientes testimonian de ello, en una escena más reducida, ante una exposición en un grupo de trabajo. El tamaño importa pero no es lo esencial.

La clave está en lo que se pierde en esa escena: el mapa subjetivo con sus coordenadas que nos permiten localizarnos en relación al otro. Ese mapa nos da una idea del lugar que ocupamos en relación al “público”, qué somos en definitiva para ese otro y qué espera de nosotros. Cuando estamos familiarizados con el territorio, sea la pareja, el grupo de amigos, el centro de trabajo o el público de un artista o de un famoso, estamos asegurados de que aquello que hacemos corresponderá, más o menos, a lo que se espera de nosotros.

El problema, y con él la angustia y sus manifestaciones de inhibición, parálisis e incluso desaparición de la escena (desmayo), surge cuando algo modifica esas coordenadas. El partenaire nos sorprende con una infidelidad o con una declaración de ruptura, el jefe que nos apreciaba nos descalifica o el público, que nos adoraba, reacciona tibiamente a nuestra propuesta artística.

También puede ocurrir que cambiemos de territorio y pasemos de un escenario familiar a otro más exigente, de una liga local a una competición internacional donde las expectativas depositadas y el público extraño despiertan la angustia. Puede ser también que tras años de pisar los escenarios un cambio significativo en nuestra vida, enfermedad grave, ruptura sentimental o cualquier otro motivo, nos confronta con un público que espera de nosotros algo que quizás ya no vamos a darle.

La angustia, decía Lacan, es el único afecto que no engaña porque cuando surge nos indica que algo muy real está en juego para nosotros. No es un senti-miento como otros, la culpa o el amor, que nos mienten sobre su verdadera naturaleza. La angustia es una brújula para situarnos en relación al otro.

La diversidad de situaciones nos confirma que no todas las angustias denotan lo mismo. Algunas nos confrontan radicalmente a un vacío (quedarse en blanco) para el que no encontramos palabras ni representaciones. Otras, en cambio, ponen más en juego nuestro narcisismo y el miedo al miedo surge como la respuesta ante ese vacío.

TDAH i l'arrel quadrada de -1

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Diari ARA| 03/01/2015
TDAH i l'arrel quadrada de -1
GREGORIO LURI

No puc ser imparcial amb José Ramón Ubieto. Va ser ell qui em va resoldre un dels grans enigmes de la ciència del segle XX: què volia dir Lacan en assegurar que l’equació del penis és, exactament, l'arrel quadrada de -1. Tampoc puc ser imparcial amb el seu llibre TDAH. Hablar con el cuerpo (Editorial UOC, 2014). Era un llibre necessari que ens ofereix orientacions molt valuoses per fer a les classes el que cal fer: pedagogia clínica. 

Encara que el nom pot semblar una mica excessiu, la pràctica clínica no és exclusiva dels metges. És el que fem nosaltres quan tractem un alumne amb un problema no ben definit: primer, ens formem una idea preliminar de què pot tenir; després, dissenyem un tractament i avaluem els resultats. Si la resposta no és l’esperada, modifiquem o el tractament o el diagnòstic. Hi ha molts problemes escolars que exigeixen exactament aquest acostament perquè no hi ha cap recepta miraculosa que els resolgui d’un dia per l’altre. Podem parlar, si voleu, de pràctica reflexiva.

L’especialista és el mestre

Al meu parer, davant el TDAH cal que els mestres es plantin i comencin a desenvolupar les seves pràctiques clíniques. No poden limitar-se a assistir passivament als debats enfrontats entre paidopsiquiatres i neuropediatres. No se si el TDAH està infradiagnosticat o sobrediagnosticat, però sí que sé que no ens podem quedar de braços plegats esperant que es posin d’acord per aplicar les seves receptes. No és lògic que hi hagi mestres tractant de manera diferent alumnes que presenten els mateixos símptomes, però que estan tractats per especialistes d’escoles diferents. Al meu parer, a classe l’especialista és el mestre. I si no ho és, hauria de repensar-se què hi fa. Tret de casos excepcionals, no hauria d’admetre que ningú li vingui a dictar què ha de fer. 

La deontologia professional recomana tenir en compte l’opinió de l’especialista com un element més per planificar la pròpia feina.

Entenc que el debat sobre el TDAH s’ha polaritzat tant al voltant de la medicació que hi ha docents cohibits per la contundència de les posicions. Però precisament perquè els especialistes externs divergeixen tant, els docents hauríem d’assumir la nostra condició d’especialistes dels nostres alumnes i, davant casos de difícil diagnòstic, practicar sense complexes la pedagogia clínica. Respecte a l'arrel quadrada de -1, diguem que forma part de la clínica de l’autoconeixement, que dura tota la vida.

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TDAH y la raíz cuadrada de -1
GREGORIO LURI


No puedo ser imparcial con José Ramón Ubieto. Fue él quien me resolvió uno de los grandes enigmas de la ciencia del siglo XX: qué quería decir Lacan al asegurar que la ecuación del pene es, exactamente, la raíz cuadrada de -1. Tampoco puedo ser imparcial con su libro "TDAH. Hablar con el cuerpo" (Editorial UOC, 2014). Era un libro necesario que nos ofrece orientaciones muy valiosas para hacer en las clases el que hay que hacer: pedagogía clínica.

Aunque el nombre puede parecer un poco excesivo, la práctica clínica no es exclusiva de los médicos. Es el que hagamos nosotros cuando tratamos un alumno con un problema no muy definido: primero, nos formamos una idea preliminar de que puede tener; después, diseñamos un tratamiento y evaluamos los resultados. Si la respuesta no es la esperada, modificamos o el tratamiento o el diagnóstico. Hay muchos problemas escolares que exigen exactamente este acercamiento porque no hay ninguna receta milagrosa que los resuelva de un día por el otro. Podemos hablar, si queréis, de práctica reflexiva.

El especialista es el maestro

A mi parecer, ante el TDAH hace falta que los maestros se planten y empiecen a desarrollar sus prácticas clínicas. No pueden limitarse a asistir pasivamente en los debates enfrentados entre paidopsiquiatras y neuropediatras. No se si el TDAH está infradiagnosticado o sobrediagnosticado, pero sí que sé que no nos podemos quedar con los brazos cruzados esperando que se pongan de acuerdo para aplicar sus recetas. No es lógico que haya maestros tratando de manera diferente alumnos que presentan los mismos síntomas, pero que están tratados por especialistas de escuelas diferentes. A mi parecer, en clase el especialista es el maestro. Y si no lo es, tendría que repensarse qué hace. Fuera de casos excepcionales, no tendría que admitir que nadie le venga a dictar qué tiene que hacer.

La deontología profesional recomienda tener en cuenta la opinión del especialista como un elemento más para planificar el propio trabajo.

Entiendo que el debate sobre el TDAH se ha polarizado tanto alrededor de la medicación que hay docentes cohibidos por la contundencia de las posiciones. Pero precisamente porque los especialistas externos divergen tanto, los docentes tendríamos que asumir nuestra condición de especialistas de nuestros alumnos y, ante casos de difícil diagnóstico, practicar sin complejas la pedagogía clínica. Respecto a la raíz cuadrada de -1, digamos que forma parte de la clínica del autoconocimiento, que dura toda la vida.


Sesiones preparatorias Hacia PIPOL 7 ¡Víctima!

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                               Escuela Lacaniana de Psdicoanálisis (ELP)
                           Comunitat de Catalunya
                                 Sede de Barcelona  Diagonal 333, 3º 1ª
                                  Martes 27 de enero, 21h
Presentación del tema del PIPOL7 ¡VÍCTIMA!

Intervienen:
Graciela Esebbag, Víctima: usos posibles de un significante
Emilio Faire, ¿Víctima de quién?
José Ramón Ubieto, Lo singular de la víctima
Montserrat Puig. ¿Por qué víctima?

Psicoanálisis de la crisis

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La Vanguardia. 28 de Enero de 2015.
Dossier Cultura(s)




José Ramón Ubieto. Psicoanalista

La crisis no ha generado patologías psíquicas nuevas pero ha exacerbado algunos síntomas que marcaban ya el momento de cambio en el que vivimos. La era del individualismo es nuestra época, donde las viejas identificaciones sólidas han entrado en crisis (“no nos representan”) y otras afirman su pétrea firmeza vinculadas a creencias religiosas fundamentalistas.
Junto a ellas la crisis propone otras identidades más inestables, algunas en construcción y otras vinculadas a la satisfacción que nos produce el consumo de innumerables objetos a los que nos aferramos hasta convertirlos en nuestra adicción particular: compras, comida, drogas, sexo, gadgets.
La crisis confronta a cada uno con la angustia de la incertidumbre y con las pérdidas reales: casa, trabajo, rol familiar. Su brutalidad – velada por los eufemismos del nuevo lenguaje- deja a muchos a la intemperie, con sus vidas en crisis. En este dossier analizamos algunas de estas incidencias subjetivas: el desamparo del desahucio, el declive de la masculinidad, la soledad femenina.

Sujetos desahuciados
Una de las primeras consecuencias de la crisis fue el aumento espectacular de ejecuciones hipotecarias sumado a los desahucios por impagos de alquileres. Hoy disponemos ya de numerosos testimonios de personas afectadas. Calibrar que supone para cada uno, desde el punto de vista psíquico, la pérdida de su casa exige saber primero qué valor le da, siempre particular y que va mucho más allá de un bien material.
La primera función de la casa, en términos de realidad psíquica, es la de protección personal, elemento de subsistencia ante las amenazas externas en todas las civilizaciones. Frente al desamparo de los primeros humanos, las cuevas habitadas cumplían con esa función de refugio y hoy lo hacen las actuales urbanizaciones, algunas dotadas con sofisticados sistemas de seguridad. El hogar protege al hombre del exterior, percibido como hostil.
A estas razones objetivas obvias, ligadas a la supervivencia, podemos añadir también las vivencias subjetivas, el cómo cada uno percibe ese refugio. Freud hablaba del desamparo (hilflosigkeit)como afecto primario del lactante, quien al nacer prematuro requiere sí o sí de la intervención del otro que lo acoge y protege. Esa capacidad de contención primaria confiere un valor muy significativo a la familia que sigue siendo el último refugio y más en un momento de crisis de las instituciones básicas como el actual. “Hogar, dulce hogar” es una manera coloquial de referirse a esa función de protección y perderla es quedar desamparado, a cielo abierto, sentirse como sujetos a la intemperie.
Domingo, padre de 40 años emigrado hace 12, reagrupó a su familia en 2008 urgido por las condiciones de extrema vulnerabilidad en la que vivían en su país (precariedad económica, maltratos intrafamiliares). Ahora se ha visto obligado a entregar su casa por no poder hacer frente a la hipoteca. Su preocupación la expresa con una pregunta que se formula a sí mismo y que contiene una denuncia y al tiempo un autoreproche: ¿cómo voy yo a protegerles ahora si ni siquiera tenemos un techo?
Él experimenta una sensación mixta de rabia e impotencia por esa imposibilidad. En el relato de su biografía personal hay momentos difíciles en los que se vio obligado a errar de un lugar a otro, sin poder asentarse y corriendo riesgos para su propia vida. Cuando llegó a España se hizo la promesa de conseguir una casa y para ello trabajó a destajo. Su mayor orgullo, cuando recibió a la familia y la llevó del aeropuerto a la casa, fue mostrarles ese piso que él mismo calificaba como “mi lugar seguro”.
Una segunda significación de la pérdida viene dada por el hecho de que la casa proporciona un sentimiento de identidad y de pertenencia social. La casa es el domus del clan, la referencia simbólica de las generaciones y del linaje. Todavía es común en medios rurales identificar a alguien por su casa de pertenencia, más allá de su nombre o apellidos. La pregunta: “¿de qué casa eres?” es una pregunta sobre los orígenes del sujeto. Esta casa, cuando es el espacio físico compartido por diversas generaciones (abuelos, padres, hijos,..), es historia compartida, reflejada en multitud de objetos, recuerdos o documentos.
Juan, de 65 años, explica a punto de llorar que ha perdido su casa por avalar a sus hijos y lamenta que “tras 45 años trabajando no haya podido ni mantener lo que mi padre me dejó, la casa familiar”. Para Juan, criado en una familia tradicional donde las generaciones se transmitían unas a otras un pequeño negocio, perder su domicilio y su tienda implica que la deuda simbólica que tiene, con sus padres en este caso, queda sin saldar al no poder transmitirla a los hijos. Esa ruptura en la cadena generacional tiene su incidencia personal en forma de cuadro depresivo importante que cursa con insomnio, inapetencia, sentimiento de culpa y anhedonia.
Finalmente la casa es una proyección del cuerpo y de lo íntimo, aspecto más moderno y menos presente en la antigüedad  donde la intimidad no era un valor puesto que el “yo” no existía como tal. Cuando la casa se convirtió en un espacio privado fue adquiriendo una significación muy ligada a la singularidad.
Manuela, de 66 años, explica muy apenada que lo que más le duele de dejar su casa –ahora que la echan- es la vista que tenía desde el comedor. Veía el colegio donde habían ido sus hijos, y ahora su nieta. Pero más allá de esa vista, esa ventana era un marco desde el que Manuela “construyó” a lo largo de mucho tiempo su realidad y refleja todos los recuerdos y vivencias acumulados. Como ella misma dice “allí se quedará enterrada una parte de mí misma”.
El impacto psicológico de la pérdida de la casa comporta un sentimiento de desamparo, de indefensión y una angustia por el futuro que a veces puede provocar actos extremos como el suicidio o cuadros psicopatológicos graves. Un desahucio despierta además en el sujeto un afecto de rabia y un sentimiento de injusticia que nos confronta con el ejercicio de una violencia, legal pero inhumana.
Miguel, transportista en paro desde el inicio de la crisis, separado y con un hijo de 15 años a cargo, lo expresa de manera clara cuando, tras una tentativa de suicidio, nos cuenta su sensación de parecer un inútil, alguien que no ha hecho nada bien, incapaz de encontrar trabajo y dar un buen ejemplo a su hijo. La pérdida inminente de la casa ha reavivado para él otras pérdidas anteriores, algunas escasamente elaboradas como fue la muerte de su padre hace unos años, coincidiendo además con su proceso de separación. “En ese momento me olvide de todo, empecé a trabajar como un loco, aceptaba todos los encargos y durante los años del ladrillo sólo pensaba en hacer, hacer y hacer”. Compró una vivienda nueva y desde hace un año tiene consigo a su hijo, adolescente desorientado y enfadado con todos –incluido él mismo-  que ya no puede vivir con la madre y su nueva pareja. Miguel lleva 5 años sin trabajo, tuvo que malvender el camión y ahora perderá la casa por no poder hacer frente a la hipoteca  “¿Cómo le meto yo la bronca al chaval cuando se rebota y no quiere ir al instituto si yo mismo he ‘suspendido’ la asignatura más importante de mi vida? Tengo miedo que más que una ayuda sea una carga para él porque ¿Quién quiere contratar a un hombre de 48 años? Por eso a veces pienso que lo mejor es que me quite de en medio”.
Cada caso, en su diferencia, nos indica cómo el sentimiento de culpa, asociado al fracaso de una expectativa, desencadena la idea recurrente del fantasma de inutilidad, de pérdida de la confianza en sí mismo, autoreproches acerca de su valía. La pérdida de control sobre la propia vida, no saber qué pasará en un término corto y cómo resolver ese imprevisto está muy presente, así como las ideaciones de padecer enfermedades mortales e incluso ideas autolíticas. La angustia no es sino la manifestación de la pérdida del mapa subjetivo, de las coordenadas que definen nuestro lazo al otro, lo que creemos ser para el partenaire, los amigos, la familia.
No se trata de establecer una relación automática entre el desahucio y suicidio, ya que una decisión extrema como quitarse la vida es algo que siempre obedece a causas diversas y no siempre comprensibles, ni para el propio sujeto ni para su entorno. Pero es evidente que la exposición a situaciones de desamparo es un factor de alto riesgo, como lo prueba el hecho de que en muchos sujetos la perdida de la casa suele ser uno de los primeros pasos de un proceso de desinserción social, con pérdida de vínculos laborales, familiares y sociales que pueden provocar un estado de indigencia y aislamiento social. Esta vulnerabilidad se hace hoy muy presente también en niños y adolescentes.
Cada nuevo episodio de desahucio nos recuerda que quebrar los mecanismos de solidaridad colectiva, los pilares del estado del bienestar (salud, educación, vivienda y trabajo digno) no es sin un precio alto. Saltar al vacío empieza a ser la única salida para muchos sujetos que sienten que han sido dejados caer por aquellos que deberían protegerles. Sujetos que se sienten ellos mismos desahuciados.

Hombres sin atributos
Para muchos varones la crisis actual ha supuesto la pérdida de su rol de sustentadores principales de la familia y los ha confrontado a diversos interrogantes sobre su condición de homo faber, que ha dejado de controlar su entorno al verse privado de su capital principal. Datos recientes confirman el aumento de cuadros depresivos, ansiedad y consumo de alcohol en hombres de mediana edad, carentes de la salud que Freud atribuía a la “capacidad de amar y trabajar”.
En sus testimonios se hacen presentes los sentimientos de soledad, de impotencia y frustración (“todo aquello que hemos hecho no ha servido de nada”), problemas de salud asociados, crisis en las relaciones de pareja y el sentimiento de sentirse desautorizados como padres a causa de su improductividad.
“En la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo cualidades y habilidades que se exigen a todo producto de consumo”. Esta afirmación del sociólogo Z. Bauman explica muy bien esta nueva violencia a la que se ve sometido el cuerpo y el sujeto, que exige convertirse en un producto.
Este sentimiento de inutilidad, que vemos en muchos de estos hombres, nos confirma que hoy la obsolencia programada no afecta sólo a los objetos, también a las personas que son evacuadas como desperdicios, resto que queda afuera del sistema productivo.
En el régimen patriarcal era la mujer la que quedaba más objetalizada, en la escena sexual y en otros ámbitos de la vida. Ahora la crisis acelera la inversión de roles y torna problemático el papel del hombre. Para algunos esto tiene una lectura en clave de poder: “ellas quieren mandar”.
Este declive de la masculinidad corre paralelo al declive de la imagen social y tradicional del padre lo que obliga a revisitar ambas. Si el “seguro fálico” pasaba por su aportación económica, ahora emergen las dificultades en la convivencia de pareja puesto que sienten que no tienen “nada que ofrecer”. Surge entonces un sentimiento de infantilización: “nos tratan como niños y supervisan todo lo que hacemos mal en casa y con los hijos”. La regresión que este desplazamiento comporta, en ocasiones puede ser un factor de reacción agresiva, como reverso de la impotencia y la desorientación.
No es extraño, por tanto, que la mezcla de indignación, rabia y afecto depresivo tenga consecuencias tanto en los conflictos de pareja, llegando en algunos casos extremos al asesinato, como en la convivencia social donde las propuestas xenófobas ganan terreno. La vulnerabilidad de amplios sectores de la población deviene así el resorte más eficaz del poder político que hace del miedo colectivo un factor clave.

Mujeres y madres: solas y ocupadas
Para las mujeres la crisis tiene una doble vertiente: por un lado, han ganado protagonismo en los asuntos familiares (sustentadoras principales), por otro  eso ha supuesto una mayor presión y una mayor responsabilidad, sobre todo cuando se acompaña de la soledad en sus vidas y en el cuidado de los hijos.
La fase de salida de la era del padre hace que lo femenino tome la delantera a lo viril (Miller). Es una lógica imparable que ya leemos en innumerables signos políticos, sociales y relacionales. Ese estilo que no oculta la falta ni vela de igual manera los vacíos llenándolos de objetos y bienes, parece avenirse mejor a los nuevos tiempos. Esta lógica de lo femenino, más próxima, se las arregla mejor con las paradojas e incertidumbres de nuestra época.

Ese futuro femenino -ya presente- tiene un precio: la soledad de muchas mujeres (familias monomarentales) y el aumento de la angustia que comporta a veces. Las dificultades con la pareja son también efecto de este reajuste al igual que el temor a no dar la talla en la crianza de los hijos cuando los apoyos son escasos. El descenso de la tasa de fecundidad femenina, desde la crisis, tampoco es ajeno a estos factores.
Sus cuerpos hablan de maneras diversas, desde las activistas del Femen que lo muestran para reivindicar sus derechos, hasta las mujeres aquejadas de fibromialgia o fatiga crónica que inscriben de esta manera en el cuerpo la angustia por la incertidumbre y la culpa por tomar ese protagonismo. El aumento de las crisis de ansiedad habla también del peso en el cuerpo de ese nuevo rol que las confronta a sus parejas, a sus padres y a sus hijos.

Los nuevos lenguajes de la crisis
Lo Real, decía Lacan, es aquello que está fuera del sentido, pero que al mismo tiempo ejerce como causa de nuestros actos. La pobreza, la violencia, los suicidios, son manifestaciones reales de las vidas en crisis. Es por ello que estamos conminados a inventar ficciones que les otorguen algún tipo de significación. Un suicidio, p.e., es un acto que no se presenta de entrada como comprensible aunque enseguida busquemos la carta del suicida o una explicación, en clave psicológica o  sociológica.
Nombrar todo eso que nos inquieta exige encontrar la buena manera de hacerlo, el bien decir que, sin agotar la explicación, nos oriente en la comprensión y en el abordaje de esas cuestiones. La manera de hablar de ese real no es baladí porque sabemos del poder de la palabra, nuestro pensamiento y nuestra acción se verán condicionados por esa nominación.
El término mismo de “nueva pobreza” responde al paradigma 2.0 que no hace sino enmascarar, bajo la idealización de lo nuevo, lo que se repite. Parece referirse al hecho de que amplios sectores sociales, que hasta ahora disponían de recursos de subsistencia y de un bienestar material por encima del umbral de la pobreza, ahora han cruzado esa frontera y son calificados como pobres.  En cierto modo es así pero lo erróneo sería pensar que esto es una novedad, efecto de la crisis financiera y económica que se inició en el 2008. Si tomamos la pobreza no como un estado sino como un proceso, comprenderemos que lo que está pasando ahora es más profundo y estructural que el efecto de una crisis cíclica.
No vincularla a las derivas del capitalismo especulativo (Piketty) tiene el riesgo de considerarla como una calamidad o una enfermedad, algo inevitable y connotado muy negativamente. Este discurso de la pobreza como una disfunción social que habría que corregir con medidas asistenciales la caracteriza como un estado individual, definido por una carencia material y en cierto modo natural en algunos sectores considerados marginales y desvalorizados en cuanto a sus posibilidades de mejora. Es una tesis clásica del neoliberalismo que piensa a las personas como causa sui, agentes exclusivos de su propio destino. Lo vimos en la crisis del Ébola, donde una mala gestión político-institucional se “resuelve” identificando una culpable como causante de su propia desgracia.
La lista de eufemismos con que hoy se nombra ese real es larga: “sujetos con dinámica de recuperación de alimentos” o “con dinámica de recuperación de materiales desechables” para referirse a los que recogen comida en los contenedores o a los chatarreros. “Persona o familia con inestabilidad domiciliaria” los que no pueden conseguir un domicilio estable por desahucio o falta de recursos. Tradicionalmente los llamábamos pobres por entender que se trataba de personas carentes de recursos para su subsistencia.
Eso sin olvidar el ingenio de algunos políticos que a la emigración forzada de muchos jóvenes le llaman “movilidad exterior" u ordenan a sus funcionarios que omitan la palabra “desahucio” por “otras menos contundentes” para evitar "inquietar a los ciudadanos utilizando esos términos". A bajar el sueldo le llaman “devaluación competitiva de los salarios”, al copago “tique moderador”, a la subida de impuestos “recargo temporal de solidaridad”, al despido colectivo “ERE” o usan antífrasis como “crecimiento negativo”.

Poner el énfasis, en este nuevo lenguaje, en las conductas de las personas afectadas más que en la lógica colectiva, muestra las dificultades de una sociedad para hacerse cargo de sus propios desechos, de eso que ella produce en su back door como residuo no reciclable por un sistema que “se ha vuelto hostil a la vida” (Sennett)  y que Lacan describió como contrario al amor por el hecho de que no deja ningún margen para la falta, que todo en él –incluidos los residuos y las personas como objetos consumibles- aparecen como reciclados en una entropía voraz e infinita. Hoy la diferencia entre producto y desecho se difumina y por eso hablamos de tele basura o de contrato basura.
Frente a esta corrupción del lenguaje hay ya iniciativas en marcha, algunas orientadas por el psicoanálisis, que proponen devolver la dignidad a estas personas dándoles la palabra individualmente y en grupo. Fórmula que se opone, además, al mutismo que comporta la creciente medicalización de la vida cotidiana como “solución” universal para tapar la angustia.

EL RIESGO DE DECIDIR. LAS ELECCIONES DE LOS PROFESIONALES EN EL TRABAJO EN RED

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Publicado en Revista TEMAS DE PSICOANÁLISIS Núm. 9 – Enero 2015

Partamos para abordar este tema del análisis de un concepto clave: el riesgo, articulándolo a nuestras decisiones profesionales. Tenemos así una perspectiva del tema que podría titularse: “la elección del profesional y el riesgo de decidir”.

Las dificultades que nos plantea la toma de decisiones y los riesgos que conlleva a veces toman la forma de una inhibición (decidimos tarde, “mareamos la perdiz”); otras, de un conflicto entre profesionales o servicios y siempre se plantean sobre un fondo de angustia ante el riesgo de esa decisión que nunca es fácil.

Propongo, pues, que sigamos a Freud y concedamos a estas dificultades el estatuto de un síntoma, algo que insiste en nuestro quehacer profesional y que supone una verdad cifrada –mensaje desconocido, velado– y una satisfacción sustitutiva, los dos rasgos que Freud atribuye al síntoma.

¿Qué velaría, pues, este síntoma que se presenta como un conflicto? Podemos ya anticiparlo: vela lo real que está en juego cuando se trata de la infancia en riesgo, la violencia familiar, la locura o las adicciones. Vela un goce que a veces aparece como exceso (abusos, maltratos, consumos) y otras como defecto (negligencia, abandono...). Enfrentar a ese real sabemos que no es fácil, porque lo real es siempre sin sentido, no obedece a una lógica ni a una razón comprensible y menos al sentido común. Y además es aquello que vuelve siempre al mismo lugar, que insiste en la repetición (generacional) como cronicidad.

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